La mesera


Tenía la costumbre de sentarme en la misma mesa, a la misma hora, ordenar lo mismo, leer el mismo diario y hasta leer las mismas noticias, era una añeja costumbre.
La mesera sólo me daba los buenos días, sin tomarme la orden, pues a fuerza de lo mismo día, a día se va aprendiendo los gustos y las manías de
los clientes, sabía que siempre tomaba café a tandas, y antes de que la taza estuviera vacía debía llenarse , la segunda taza acompañada de un polvorón, y a eso de la hora ordenaba enchiladas suizas, con dos piezas de pan a la plancha y este debería estar crujiente, así como las enchiladas caldosas, y el frasquito de pimienta para espolvorear no podía faltar.
Era el ritual de todos los días, de todos los meses, de todos los años, sólo se interrumpía por algún viaje, fuera de placer o de negocio, o por alguna visita de mis hijas, que obligaba a salirme de agenda, a bien de complacer sus gustos y caprichos, mi relación con ellas, era más del abuelo a quien visitan sus nietas, a la que se establece entre padre e hijas.
El ver el rostro de Lupita,-la mesera- , me era tan familiar como mi rostro en el espejo cada mañana, no aprecias los cambios, sería tanto como dedicarte a observar, el crecimiento de la yerba.
Esa mañana hubo una leve variación en mi religioso ritual, observe a Lupita, - la mesera-, ya no era la jovencita, de rostro bonito aunque siempre con cierto aire adusto, alejada de toda coquetería, sus movimientos y sus formas siempre correctas, sin llegar a ser robóticas, pero sí con abundancia de disciplina en su actuar, un intermedio entre formación militar y formación de convento.
Amable pero sería, sin dar pie a algún comentarios que no fueran los estrictamente necesarios y correctos, muy diferente a sus compañeras, que siempre te saludaban de manera afectuosa, familiar, coqueta, incluso en sus días próximos al descanso, sugerentes.
Lupita,-la mesera- , no se permitía esas formas, ni con los clientes e incluso ni con sus compañeros de trabajo.
Los clientes asiduos lo sabíamos.
El corredor de bienes, que no paraba de alburear al resto de sus compañeras ya había recibido una reprimenda que le basto para jamás volver a hacerlo,
El político en la banca, se dirigía a ella con la misma deferencia que a un compañero de mayor carrera en el partido.
El gerente, lo hacía con un trato similar al de un general que confía la batalla a un oficial de menor rango.
El músico gigoló, sabia sacar lustre a esta cualidad de Lupita,-la mesera-, pues en sus conquistas siempre se sentaba en su área, para lucir el respeto y solemnidad con que se dirigían a él, quizá en abono o descargo a su fama.
Aunque no faltaba el distraído, que quiso brincar la barda, con su consecuente dosis de correcta reprimenda.
Ese día como si fuera actividad de mi agenda, observe a Lupita,-La mesera-,.
Sus formas ya no tenían la gracia de antaño, su cintura se había ensanchado, sus nalgas,- motivo de miradas lascivas.- habían cedido a la gravedad, lo mismo que sus pequeños y bien formados pechos, que ahora se escondían detrás del uniforme, su nariz recta aunque algo pronunciada le daba un cierto aire de elegancia, ahora lucia mas prologada, al punto que ya no era en su totalidad recta, en la punta se apreciaba un arqueo que le quitaba ese aire de elegancia que la caracterizaba, sus piernas si bien delgadas gozaban de unas pantorrillas perfectamente formadas, mismas que ahora lucían gordas, su cabello negro y abundante, paso a ser una cabellera sin brillo no necesariamente opaco, pero sin cuerpo, y sus ojos, antes grandes y expresivos, cedieron al peso de unos parpados que cerraban involuntariamente la apertura de sus ojos.
¿ En qué momento paso, para mi acaeció esta cascada de cambios, porque no los percibí, porque la fuerza de la costumbre me impide observar el cambio cotidiano, si soy capaz de apreciar la variación de estación a estación desde que tengo memoria y conciencia y me preparo día a día para la llegada de la oscuridad de la noche, y aunque modosamente a recibir la luminosidad del amanecer, así cada día de mi existencia, entonces porque no percibo el cambio que obra en la imagen de las personas ?
En esas cavilaciones estaba, cuando quise hacer memoria desde cuando vengo a este lugar, me siento en la misma mesa, solicito el mismo plato, haciendo de este sitio mi oficina, mi área de encuentros, mi área social, de charla, de negocio, de cita con amigos.
Sin encontrar respuestas, desconecte mi Laptop, pedí la cuenta, tome mi gorra para protegerme de los rayos del sol, pues mi cabello hace rato me abandono, y continúe a que el día prosiguiera su afán.
Me abordo en la caja un par de compañeros de la secundaria, que a fuerza de observarme respondí con un saludo, que tal Carlos, oye va a ser treinta y cinco años que salimos del colegio, haber cuando nos reunimos.
Más que una invitación me pareció una sentencia.

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